Revista de Prensa


Ochenta monteros subieron a Sedes para participar en el torneo Cidade de Narón
Luis A. Nuñez · 17/5/2010

A primera hora de la mañana del domingo, como acostumbran a madrugar los aficionados a esta práctica deportiva, unos ochenta cazadores de toda Galicia se plantan en el Monte dos Nenos de Narón, en la parroquia de Sedes, para participar en el segundo torneo cinegético Cidade de Narón, organizado por la Sociedade Caza e Pesca de Xuvia.

El perro fue el máximo protagonista de la jornada. Un buen adiestramiento, añadido a la pericia del cazador con el rifle, garantizan el éxito ante los jueces de cada prueba. En la categoría de San Huberto, la organización suelta cuatro perdices de corral en una parcela del coto. Es el turno de Antonio, un vecino de San Mateo de 73 años a quien no le tiembla el pulso lo más mínimo con la escopeta en la mano.

«Tes quince minutos -le explica el juez de la prueba- e podes batir dúas perdices». El cazador sopla su silbato y Madrid de Caaveiro («pero eu chámolle Man», apocopa Antonio), su setter inglés de cinco años empieza a recorrer el recinto. En cuestión de segundos, se queda clavado frente a unos matorrales. Antonio le sigue con el arma preparada. Una de las perdices levanta el vuelo y... bum, suena un disparo. «¡Cobra!», le dice al perro. «Ha sido un lance perfecto», comenta otro de los cazadores que participan en el torneo.

Cada montero lleva una cartilla de puntuación con un sinfín de requisitos que deben cuidar para alcanzar la máxima calificación. Entre ellos, «que el perro se quede parado y muestre bien la caza, y respete el vuelo y el tiro», apunta el juez. Antonio recoge la pieza de la boca de Man y vuelta a empezar. Al pasar los quince minutos, el veterano cazador ha cobrado dos perdices con una buena puntuación, pero pierde en un lance intermedio en el que se le escapa la pieza porque, explica, «sorprendeume e saíu por outro lado» distinto al que esperaba. Aún así, no mareó la perdiz, como dicen los inexpertos que cansan al animal en vuelo al errar los disparos, y enseguida pasó a otro lance.

Mientras tanto, en un campo cercano, otros competidores siguen a sus canes entrenados para marcar el rastro de un jabalí que la organización paseó por ese mismo lugar horas antes. La destreza olfativa de los perros es la que marca la diferencia.

Al final, los cazadores se reúnen para comentar la jornada. Y algunos se harán un buen estofado con las piezas pero, apunta uno, «venimos a pasarlo bien».