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La caza como herramienta de protección de la naturaleza

Mi amor y dedicación a la naturaleza me impulsa a rechazar que se mate a un animal salvaje como el oso negro pero vivir en Estados Unidos me ha hecho entender que la caza también puede contribuir a proteger la naturaleza

| Gerard Sapés · 4/1/2016

El otro día llegaba a La Vanguardia la noticia de la caza de 510 osos negros (Ursus americanus) en menos de dos semanas en el estado de Nueva Jersey (EE.UU.). El departamento de Protección Ambiental de este estado justificaba estas cifras argumentando que una reducción de la población de oso negro, una especie ampliamente distribuida en el país con superpoblación en dicho estado, ayudaría a mantener el equilibrio ambiental.

La reacción no se hizo esperar, en menos de 24 horas la comunidad de lectores obviamente condenaba la acción y el cazador que aparecía en la noticia pasaba a ser cazado y condenado.

Mi primera reacción no fue distinta. Soy parte de una generación de españoles que ha crecido en una sociedad alejada de la vida campestre y que siente disgusto ante el sacrificio de un animal. De pequeño, recuerdo pasar los fines de semana en una pequeña masía en los bosques de Girona donde me dedicaba a esconder el equipo de caza de mi vecino con tal de evitar la muerte de un pobre jabalí. A día de hoy soy biólogo, realizo mis estudios de doctorado en Estados Unidos y sigo siendo incapaz de matar a un animal, pero mi opinión sobre la caza ha cambiado bastante.

La caza y uso de espacios naturales en Estados Unidos fue el principal motivo de desarrollo de políticas de gestión forestal y fauna salvaje. Aldo Leopold, el padre de las políticas de conservación de fauna salvaje en Estados unidos, era un ávido cazador. Así mismo, Yellowstone, santuario de grandes vertebrados fue uno de los primeros parques nacionales del país. Esta figura de protección oficial fue creada con el objetivo de poder disfrutar de la caza y la naturaleza en el futuro y para las próximas generaciones tal y como cita la ley orgánica del 1976: ‘… to conserve the scenery and the natural and historic objects and wildlife therein, and to provide for the enjoyment of the same in such manner and by such means as will leave them unimpaired for the enjoyment of future generations.’

Es pues gracias a la caza que los Estados Unidos conservan sus espacios de naturaleza salvaje a un nivel que nuestro país no puede más que envidiar.

¿Cómo se gestionan la fauna americana y su caza?

Como ocurre en España, en Estados Unidos hace falta licencia de armas y de caza. Además, si quiere cazar, el cazador necesita equipamiento, armas, munición, etc. Todo esto tiene un coste y un porcentaje de este se destina a la conservación. Cada año, aproximadamente 200 millones de dólares son recogidos por la administración en concepto de tasas al cazador destinadas a la conservación. Con este dinero, el servicio forestal realiza, entre otras muchas cosas, recuentos poblacionales de especies en peligro de extinción y de especies de interés para la caza. Esto permite conocer la densidad de población de estas especies y su distribución a través del territorio lo cual es un gran indicador del estatus de salud de cada especie.

Si una especie presenta densidades muy bajas o se encuentra aislada en puntos muy concretos hay riesgo de desaparición. Por otro lado, si una especie es demasiado abundante pone en riesgo la existencia de las otras especies de las cuales se alimenta (plantas o animales) y aumenta el riesgo de aparición de conflictos con el ser humano (véase el caso del jabalí en Barcelona). En base a estos datos, el departamento de Protección Ambiental decide qué especies, en qué lugares y en qué cantidad cada especie puede ser cazada. De esta forma, los aficionados a la caza no solo pueden disfrutar de su hobby bajo condiciones reguladas sino que además participan activamente de la conservación manteniendo las poblaciones animales dentro de unos límites que permiten mantener el balance ecosistémico.

El problema de la caza en España

En España la figura del cazador se ha criminalizado. Cuando se nos pide que imaginemos a un cazador y su entorno, probablemente imaginamos a un hombre de avanzada edad y cigarro en mano, con poco nivel de estudios y poca sensibilidad por la naturaleza. En nuestro país el cazador obviamente no es visto como una parte esencial de la conservación, al contrario, se le asocia una serie de cualidades negativas. No es de extrañar pues, que el número de cazadores en nuestras tierras se reduzca cada año a la vez que la edad media de estos se incremente.

Probablemente, la causa de esta visión tan negativa es consecuencia del abandono de la vida agrícola donde la caza no es sino un recurso más del cual obtener alimento y otros derivados. Como consecuencia de la migración del campo a las ciudades, nuestros bosques han sido abandonados. A falta de depredadores naturales como el lobo y de la caza por parte del hombre (que también es parte de la naturaleza), las poblaciones de jabalí han crecido desmesuradamente y generan conflictos y riesgos tales como la destrucción de cultivos o accidentes de tráfico que serían mucho menos frecuentes si dichas poblaciones estuvieran bajo control.

Una buena solución de bajo coste e impacto ambiental en estos casos es permitir la caza de un mayor número de jabalíes hasta que las poblaciones vuelvan a su cauce tal y como hace Estados Unidos con los osos negros. Esto no solo ayudaría a mantener el equilibrio de nuestros ecosistemas sino que también tiene beneficios indirectos como la reducción del consumo de carne de cerdo producida en masa y de la huella de carbono que dicha producción genera.

¿Sacrificar fauna salvaje es la solución?

Evidentemente la respuesta es no. El sacrificio de animales salvajes nunca puede ser el plan de ataque principal ante un problema de superpoblación pero sí es una medida necesaria. Alternativas como el transporte de individuos a áreas menos densificadas o donde la especie solía existir en el pasado también son una buena solución. Pero en casos como el del oso negro, una especie territorial ampliamente distribuida, es difícil justificar un gasto de dinero público estratosférico como el transporte de medio millar de osos al año que no supone una mejora evidente del estatus de salud de la especie. En estos casos desafortunados, una reducción de la población puede ser un mal menor deseable. Así pues, es importante comprender que la gestión y conservación forestal deriva del interés del hombre en explotar la naturaleza y que por lo tanto debe proteger la naturaleza sin negar su uso y disfrute a la sociedad o de lo contrario no dispondrá de recursos para su protección.

Aunque mi amor y dedicación por la naturaleza me pueda hacer despreciar el acto de sacrificar a un animal y me impidan hacerlo, vivir en Estados Unidos me ha hecho entender que la caza también puede contribuir a proteger la naturaleza. Evidentemente cada sistema y país tiene sus flaquezas pero en temas de conservación, Estados Unidos nos va ganando por goleada. Quizás podríamos hacer el esfuerzo de ver más allá de la fotografía del ‘vil’ cazador de la noticia y darle a la caza una segunda oportunidad.

Gerard Sapés es estudiante de doctorado en la Universidad de Montana (EE.UU.). Licenciado en Biología, especializado en biología animal, biología vegetal y ecología. Master en ecología terrestre y gestión de la biodiversidad.



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