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En defensa de la caza
| Marta Gálvez · 2/4/2016

Pese a la gran cantidad de aficionados a la actividad cinegética que existe en España en general y Galicia en particular y a la gran repercusión tanto económica como ecológica que la misma proyecta en la sociedad, la caza sigue siendo ignorada, y por ello maltratada, por una buena parte de la ciudadanía. Ello se debe, en gran parte, al desconocimiento de los valores que esta actividad promueve, al estimular las mejores cualidades de los individuos y hacer que compartan con los demás esos valores, cada día más en desuso, de solidaridad, amistad y esfuerzo deportivo compartidos.

Se desconoce la fundamental función ecológica que cumple la caza en la gestión del medio natural, mérito que reconoce su ley reguladora en Galicia, siguiendo la huella de dos famosas sentencias del Tribunal Supremo alemán que proclaman la función social de esta actividad deportiva.

Es comprensible que la gente, llevada por nobles sentimientos, se alinee con la parte más débil, que obviamente será en casi todos los casos, la pieza de caza. Es natural que se ponga de parte del animal salvaje que vaga en libertad y al que por un afán de diversión le privan de la vida. Como conmueve el sacrificio de animales jóvenes en los mataderos y en general en cualquier ocasión en la que se produce la muerte de un animal, dramatizado por la presencia de la sangre. 

Pero, además de los valores propios de la práctica venatoria ya citados, que por si mismos abogan por su protección y promoción, ha de prestarse especial atención al trascendental papel que juegan los cazadores y la caza en la gestión de las poblaciones silvestres.

Es sabido que el hombre ha modificado con su intervención en el medio, a lo largo de los siglos, los equilibrios naturales y que éste carece, en la mayoría de las ocasiones, de la capacidad o de la agilidad requeridas para restablecerlos. Es por ello que se hace necesaria, yo diría que imprescindible, la mediación de los técnicos y de los investigadores para participar en dicha tarea.

Es sabido que algunas especies, tanto animales como vegetales, cuentan con una capacidad de adaptación menor que otras y si las abandonamos a su suerte, desaparecerían. Los ejemplos son tan abundantes que huelga meritarlos. 

En el lado opuesto, por poner un ejemplo que tiene presencia en los medios de comunicación a diario, se podría hacer referencia a la expansión incontrolada del jabalí, no sólo en Galicia sino en el resto del estado español y en muchos países del entorno europeo, que produce innumerables daños en una triple vertiente y todas ellas de gran magnitud aunque de distinta naturaleza. Provocan multitud de accidentes de tráfico que son causa de graves lesiones e incluso de pérdida de vidas humanas, además de producir considerables daños materiales. Su carácter omnívoro, unido a su intensa actividad de campeo, produce un importante daño en las poblaciones salvajes de animales de menor porte o que se encuentran en estados iniciales de su desarrollo, siendo un elemento distorsionador muy grave de los equilibrios naturales. Por último y también muy destacable, es la producción de daños que causan a los cultivos, destrozando plantaciones enteras en una sola noche para desesperación de los agricultores de un rural que odia profundamente o “porco bravo”.

En este entorno los cazadores juegan un papel no solo fundamental sino único en el control de las poblaciones de este animal, que ha cambiado sus hábitos reproductivos y ya puede vérsele parir en periodos distintos a los que eran habituales y colonizar amplias zonas de nuestro territorio,incluso paisajes urbanos en los que se les puede ver con sus crías cada vez con mas frecuencia,con el consiguiente riesgo para personas y bienes.

Recuerdo mis palabras del principio, entiendo la sensibilidad contraria a la crueldad de la caza, pero ha de trascender en aras de la necesidad ya apuntada de gestionar los recursos naturales con criterios técnicos para restablecer el equilibrio y darle sostenibilidad a nuestro medio natural. 

Los cazadores con sus propios medios y sin coste alguno para la sociedad, de forma reglada y ajustada a planes de ordenación de la caza elaborados por personal técnico, están haciendo frente a un problema que la Administración con sus medios no puede solventar, constituyendo la única alternativa para el control ordenado de las poblaciones de jabalíes, y la ciudadanía debería entenderlo. La expansión incontrolada de los jabalíes es un problema de magnitud internacional, y si en lugar de apoyar a nuestros cazadores, que contribuyen a solucionar dicho problema, se les sigue simplonamente considerando como sanguinarios y primitivos, se acelerara el proceso de abandono de la caza y se desanimará la incorporación de jóvenes que renueven la sangre de la población cazadora de Galicia, ya bastante avejentada, y los que ahora claman contra ella por entenderla cruel y atávica, tendrán que hacerse cargo de un problema de enorme magnitud, que no ofrece salidas fáciles.



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