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Diario de una batida de jabalíes
Dos periodistas de La Voz acompañan a una veintena de cazadores en busca de sus presas.
| Xosé Carreira · 31/12/2011
Unos 14.000 jabalíes gallegos tienen preparado el certificado de defunción. Falta que los cazadores hagan la rúbrica con el gatillo. Mientras los porcos bravos enfurecen con sus andanzas a los agricultores, los chapistas hacen caja. En lo que va de año repararon en sus talleres cientos de coches abollados por estos animales, uno de cuyos ejemplares, incluso, se echó encima del coche del presidente de la Xunta y del de un conselleiro.

Jueves y sábados son, hasta febrero, jornadas de batida; días negros para esta comunidad animal que en los últimos años crece de manera desaforada. Los cazadores dicen ser la clave para poner algo de orden en semejante selva.

Hace una semana, quien esto escribe siguió durante 8 horas -solo interrumpidas durante escasamente 30 minutos para un desayuno-xantar- una cacería por los montes de Portomarín. Si no fuera por la suerte de haber contado con un guía que lo sabe casi todo sobre jabalíes, Francisco López Penela, presidente de la Federación Lucense de Caza, servidor no hubiera dado pie con bola.

Para empezar, desconociendo que los cazadores acudirían al punto de encuentro con una puntualidad superior a la británica, llego tarde y retraso 15 minutos la batida. Más adelante, confundo un término de la jerga de los cazadores con el nombre de un perro. Metedura de pata. Pienso en abandonar, pero los cazadores son pacientes y, además, les gusta instruir. Lo agradezco. Hablando de instrucción, no hay que dejar pasar por alto las fases de la batida con los nombres en jerga cazadora. Aplazar, cortar y levantar, son los momentos claves del encuentro.

Buscando las huellas

Empezamos siendo seis o siete, pero los cazadores, poco a poco, van llegando pertrechados con todo lo necesario. A las nueve menos cuarto comienzan a «aplazar» en el punto elegido. Consiste esta primera fase en buscar las huellas de los jabalíes con la inestimable colaboración de Careto. Careto es un perro con un olfato fino y selectivo. Solo pilla «el tufo de los xabaríns», aclaran los cazadores.

El perro va acompañado de Jaime, un cazador que sabe del asunto. Olisquea entusiasmado, pero no lo suficiente. A quien busca ya pasó hace mucho tiempo por el lugar. «Cando o can detecte que os xabaríns non andan moi lonxe, falará», advierte uno de los participantes. «¿Como que falará?», pregunto. «Empezará cuns ladridos de entusiasmo para dicir que o bicho pasou polo sitio», aclara un cazador.

Mientras Careto busca, algunos cazadores rastrean en busca de huellas. Aparecen algunas no demasiado frescas. El gurú de la cacería, Francisco López, explica sobre el terreno cómo se puede determinar la dirección que sigue el animal, si es macho o hembra y hasta cuánto hace, más o menos, que pasó por el lugar.

Careto y Jaime siguen infatigables, pero los jabalíes son olímpicos. Recorren 20 kilómetros, o más, como si nada. Llevamos hora y media y no aparecen, aunque hay indicios de sobra de que no deben andar muy lejos. Pese a eso, empiezo a tener dudas de que los vayan a encontrar, pero no digo ni pío.

Pasan ya de las diez y media y el jefe de cuadrilla, Francisco, recibe la noticia, proveniente de otra avanzadilla de cazadores que habían «aplazado» otra zona, de que sus perros han detectado varios ejemplares. Bueno, parece que no va a ser un día perdido.

Hora de reponer fuerzas

Con las presas localizadas, llega el momento de la comida en medio del monte. Son las once y media de la mañana. No hay manteles, ni sillas, ni mesas, pero sí empieza a salir de los maleteros un cáterin rural cien por cien. Hay una veintena de participantes, pero las viandas que aparecen repentinamente darían de comer a un regimiento. Parece el milagro de los panes y los peces. Desfilan chicharrones, jamón, queso casero, tocino, chorizos embolsados, sin embolsar y, ya para rachar, Francisco López, que además de cazador es buen restaurador, saca unos chorizos enlatados. Salen las navajas, el pan del país, botellas de Fanta y una bota de vino. Mientras tanto, los jabalíes andan «fozando».


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