Revista de Prensa


Comidos, pero no bebidos (en esta cuadrilla son rigurosos con el alcohol, por eso el almuerzo está pospuesto para el final de la cacería), llega el momento de hacer la lista de los que van a intervenir en la batida. Las medidas de seguridad son estrictas. El jefe de la cuadrilla lo quiere absolutamente todo bajo control.
· 31/12/2011

Es la una menos cuarto. Empieza la fase de «armar». El coche del jefe es como una pequeña NASA. Entran y salen llamadas, avisos y advertencias por un par de móviles y por varias emisoras. «¡¡Pero a ver, Mera!!! ¿Escoítasme?», le inquieren al veterano presidente del coto. Todos tienen que estar en los puestos asignados, sin moverse. Puede que algún jabalí tenga los minutos contados. Pero de repente se presenta un problema: las cabras de un vecino están cerca de la zona cero. Hay que sacarlas. Finalmente, lo hace su dueño.

Son casi las dos. Ahora entra en acción Camilo. No es un cazador. Es un perro lanzadera que localiza a los xabaríns. Cinco de ellos pasan despavoridos por delante de unos cazadores y del fotógrafo. Suena un disparo, pero resulta fallido. Los porcos, asustados, tratan de ponerse a salvo. Uno de ellos, una hembra adulta de más de 60 kilos, no lo consigue porque Vidal López Rodríguez no falla. Es el tercer bicho que abate esta temporada.

En la «mata», como así dicen los cazadores, quedan más. Sin embargo hay que recoger los perros y volver a colocar a los hombres. La operación lleva casi una hora. Esta vez, antes de volver a enviar a los canes al lugar, les colocan collares GPS para localizarlos con facilidad al final del asalto. Las últimas tecnologías también están en el monte.

Un macho de más de 130 kilos

Todavía queda mucha cacería por delante. Los perros dan con el macho que se refugia. Quien sale pitando es un pequeño ejemplar, que los cazadores llaman el escudero y cuya misión es salvar al «jefe» dando su vida. De nada le sirvió caer abatido porque, poco después, José Luis Neira Valín mata de un certero disparo al macho, un ejemplar de más de 130 kilos y unos colmillos gigantes. Comienza el momento para cargar los ejemplares, abrirlos en canal y prepararlos para su conservación. Los cazadores los donan a los vecinos. «Antes aínda tiñan interese por eles, pero agora xa hai quen non os quere», dice un cazador.