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Cacería contra los cazadores
| Antonio Pérez Henares · 16/2/2009
Aprovechando el incidente montero Garzón-Bermejo, y cogiendo el rábano por las hojas, se ha desatado un cacería contra la caza y los cazadores. Lo obsceno, lo éticamente reprobable no es que esos dos señores, ministro y juez instructor, amen del comisario de policía , sean cazadores sino que se reunieran y como parece más que lógico hablaran de un proceso en marcha que afecta al partido político de la oposición. Da igual que el pretexto del encuentro hubiera sido una montería, una partida de parchís, una excusión a buscar setas o una mañana de pesca de barbos.

Pero no. Resulta que , confundiendo el culo con las témporas, y que la ñoñeria Walt Disney como base filosófica - tan falsa como perniciosa- de no pocos "amantes de la Naturaleza", se ha impuesto como hegemónica en el "homo urbanus" y en lo políticamente correcto, a lo que se ha empezado a juzgar, con epítetos de "asesinos" para arriba, es al conjunto de los cazadores. Condenados de entrada y desde la ignorancia por quienes , desde el asfalto, ignoran lo que es y significa la caza, lo que es el campo y lo que es verdad la Naturaleza a la que entienden como una postal a la que ellos van de visita los fines de semana.

La caza es practicada en España por un millón largo de personas. Entre ellas hay mayoritariamente gentes de condición popular e incluso humilde, muchos de ellos de extracción agraria, y los hay adinerados y hasta algunos grandes potentados. O sea, como en el resto de la vida: ricos y pobres. Y según sus posibilidades, como quien tiene yate y quien va con la sombrilla y la nevera, unos cazan de una manera y otros de otra. Incluso la montería, donde quizás sean más visibles las élites de la caza puede costar un riñón, o una invitación de un gran propietario o ser una de esas de pueblo y jabalí a mata cuelga en la que se escota a 100 euros. Pero la mayoría de los cazadores son de escopeta y perro, el monte por delante y se cobra perdiz o conejo bien y si se vuelve bolo que le vamos a hacer y a comerse el taco.

Pero hay mucho más. La caza es un aprovechamiento esencial y sostenible hoy del medio agrario. Su aporte económico, decisivo en ocasiones en PIB de algunas comunidades, es esencial para el mantenimiento de unas poblaciones y el cuidado de unos territorios amenazados de despoblación y cada vez más envejecidos demográficamente.

Los cazadores, que gestionan y cuidan de más del 80% del territorio nacional son los primeros y esenciales conservadores. El hecho de que cuiden la caza supone mantener la base de la pirámide trófica de todas las especies. Y el propio hecho de cazar una selección y un control poblacional absolutamente necesario. Científicos y conservacionistas que no estén constreñidos por posiciones ideológicas previas y ultraecologistas así lo señalan, consideran y defienden.

No existe una actividad ni tan regulada, ni tan controlada ni tan vigilada y sometida a las más estrictas normas, complicadas por las autonomías y las diferentes licencias necesarias, que la cinegética. Y esta bien ese control, desde el de armas, ejemplarmente llevado por la Guardia Civil-y su licencia como el de garantizar el cumplimiento de vedas y la salvaguarda de las especies protegidas.

La caza pues es para España un elemento esencial económico, que sostiene un sector delicado como el agrario y medioambientalmente imprescindible tanto para la conservación como para el control del equilibrio. En los Parques Nacionales , donde la caza está prohibida, son los propios guardas quienes en ocasiones deben matar a los excedentes poblacionales que pueden llegar a amenazar la propia salud del Parque. Y los cazadores, los más interesados y un elemento necesario e insustituible en el cuidado de territorio y de las especies salvajes que en habitan.

Queda la última derivada. El hecho de matar animales. Ello parece atroz a una sociedad que tiene delegada tal función. Ya hay quienes estabulan la caza y matan por ellos. Nunca en la historia de la humanidad se han matado tantos animales simplemente porque somos cerca de 7 mil millones de humanos y comemos más carne que nunca. Pero el urbanita acaba por creer que los filetes se crían en los estantes de los supermercados, que un pollo nunca fue pollito ni vivió su corta vida enjaulado y que para comer jamón no es imprescindible matar cochinos. Una imagen tan falsa y ridícula de la vida y de la Naturaleza como esa en los que los leones comen maní y los lobos son amiguitos de los jabalíes. Quien más alejado vive de la verdad natural -en el medio rural la caza goza como siempre de prestigio y es un hecho normal- es quien se permite ahora condenar a quien siempre fue, es y será parte de ella, el cazador.


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